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17 de febrero de 2009

Luchar por el derecho a la educación para reconstruir el movimiento popular - Balance 2008

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Varios sucesos ocurridos este año, en especial las movilizaciones estudiantiles de rechazo a la LGE, nos abren un espacio de reflexión donde elaborar insumos para el trabajo práctico.

El primero de ellos, guarda relación con el balance de las movilizaciones del 2006, las cuales desde la perspectiva que da el transcurso de 2 años nos permiten observar con claridad que dicha coyuntura, a pesar de su carácter inédito en cuanto masividad alcanzada, en lo sustantivo no significó avances concretos para la reconstitución del movimiento popular (más allá de las experiencias valiosas adquiridas por miles de estudiantes de la necesidad y el valor de alzarse ante las injusticias): no sólo se ha vivido un proceso de decadencia y desarticulación de las organizaciones estudiantiles, sino que además son los administradores políticos del Chile neoliberal y la esencia misma del modelo, quienes salieron fortalecidos con una ley igual de mala, pero con legitimación “democrática”.

Es necesario ser lo suficientemente autocríticos reconociendo que para la Inmensa mayoría de los chilenos la protesta estudiantil de este año fue comprendida como impertinente, puesto que los políticos ya habían escuchado las demandas e incluso generosamente se habían puesto de acuerdo para derogar la LOCE cambiándola por una nueva ley. Por lo tanto, la explosión detonada dos años atrás por la masiva toma de conciencia de que el sistema educacional chileno, heredado de la dictadura, reproduce y profundiza las desigualdades sociales, trajo consigo paradójicamente la relegitimación del mismo: el cambio del envoltorio legal, desde uno autoritario a otro democrático, contribuye actualmente a obscurecer el problema de fondo.

Por otra parte, en 2008 se hacen claros dos aspectos problemáticos, uno referido al cómo nos organizamos para luchar y otro respecto a las demandas.

Este año nos pilló sumamente desorganizados. En el nivel de los referentes sociales aglutinadores se demostró un alto grado de descomposición: la CONFECH de los universitarios no logró cuajar una protesta nacional; los secundarios no pudieron reemplazar el antiguo ANES encontrándose sumamente fragmentados; y los diversos intentos levantados desde distintas organizaciones políticas nunca prosperaron.

Todo esto, además de advertir sobre la incapacidad de coordinarse de los centros de estudiantes, asambleas y federaciones, también sugiere la inconsistencia de la política efectuada: sin contenidos que señalen perspectivas es casi imposible unificarnos en nuestra diversidad.

En la Universidad de Chile, la movilización tuvo características similares. Mientras diversas facultades ensayaban por separado distintas formas de sumarse a la pelea que iban desde las tomas y paros, combinándolo con la participación en la ACEUS y/o en algún cordón comunal, la FECH ni siquiera lograba realizar sus plenos por la inasistencia reiterada de concejeros y centros de estudiantes. Ante esto, nuestra federación opta por apoyar con recursos a la ACEUS, intentando figurar en la medida de sus posibilidades.

En el segundo aspecto, se puede señalar que en vastos sectores movilizados se confundió la demanda de rechazo a la LGE, sobredimensionando al entramado legal como causa principal de las problemáticas educacionales. Llevándonos a participar de una disputa donde de uno u otro modo la situación concreta y cotidiana de los establecimientos educacionales seguiría igual.

Este error nos situó en un plano donde la discusión era si el lucro se haría sin escrúpulos o se tendría que disimular.

En síntesis, se hace patente la necesidad de ubicar en la centralidad de nuestras prácticas el objetivo estratégico de reconstruir movimiento popular, considerando que éste no es una suma inorgánica de explosiones sociales esporádicas, sino que muy lejos de ello, es el complejo cuerpo tejido entre organizaciones sociales, referentes aglutinadores y organizaciones políticas, por lo que reconstruir movimiento popular no exige únicamente agitar banderas reivindicativas e ideológicas, sino que por sobre todo multiplicar y fortalecer la organización en todos sus niveles, entendiendo que el saber cómo nos organizamos más y mejor es sólo un aspecto del problema, puesto que no podemos dejar de lado la urgente necesidad de dotarnos de contenidos certeros.

Mientras no haya movimiento popular, las fisuras coyunturales que se logren abrir seguirán siendo capitalizadas por los administradores políticos del Chile neoliberal, manteniendo su carácter esencialmente injusto y deshumanizante. Con esto, la perspectiva de trabajo en la dimensión reivindicativa queda erigida como movilizarse por las demandas educacionales, para generar poder acumulando parte de los elementos que hacen posible reconstruir el movimiento popular. La educación que queremos necesita de una nueva sociedad, esa nueva sociedad necesita del movimiento popular para ser una posibilidad real.

Pero ¿Cómo llevamos esto a la práctica? A continuación te presentamos dos experiencias concretas que entendemos avanzan en ese sentido, en las cuales hemos intentado hacernos parte del modo más constructivo posible, pero teniendo presente siempre que se trata de espacios de trabajo pertenecen a todos y todas las personas que le han dado vida participando activa y cotidianamente, a los estudiantes muchas veces anónimos y silenciosos que construyen de este modo el trabajo político real más allá de las coyunturas.

Del análisis anterior se desprende la necesidad imperiosa del trabajo de base, y de tener la capacidad de aglutinar y direccional nuestras discusiones y planteamientos hacia diagnósticos y demandas concretas. En suma, planteamos que los espacios de construcción y acumulación de fuerzas para el movimiento estudiantil sólo pueden sustentarse con el trabajo del día a día.

Ante la incapacidad de los antiguos referentes de hacer confluir los criterios surgidos de los diversos sectores agrupados en espacios locales, en Ñuñoa se apostó por la coordinación territorial. Estando nuestro campus en toma se comenzó una coordinación con los estudiantes secundarios de Ñuñoa y sus alrededores, quienes ya habían apostado a construir nuevas instancias articuladoras territoriales para reunificar el movimiento estudiantil secundario, conformando la Coordinadora de Estudiantes en Lucha (CEL).

Se comenzó así un trabajo de articulación territorial con participación de compañeros de todo el campus, y también de compañeros de las universidades del sector (UTEM, Pedagógico y Campus Oriente UC). Allí se compartieron diversas perspectivas y diagnósticos, y a partir de las necesidades e inquietudes particulares de cada lugar se coordinaron trabajos en común, como la creación de propaganda para agitar los conflictos en distintos colegios, la organización un masivo acto político-cultural en Plaza Ñuñoa, y la realización de foros informativos sobre la LGE.

La apuesta por la articulación territorial, a pesar de tener como problema la incapacidad de generar referentes masivos a nivel nacional, tuvo la virtud de permitir la confluencia de la experiencia de los distintos espacios locales, lo que ha servido para conocer y trabajar más ampliamente en el sector donde nos estábamos desenvolviendo, superando otras instancias de organización estudiantil debilitadas por la poca participación. Se lograron además aunar criterios en común, distinguiendo la necesidad de articularnos entre universitarios y secundarios para enfrentar juntos los problemas de la educación, y que esta unión no está condicionada por un petitorio, sino por el trabajo de base capaz de sustentar el movimiento y la organización estudiantil, entendiendo que el contenido de nuestras demandas y la dirección que seguirán nuestros pasos deben venir desde abajo, desde los espacios en donde todos los estudiantes podemos informarnos, pensar, opinar y decidir.

Las movilizaciones de este año ya pasaron, sin embargo, el trabajo de articulación territorial se presenta como una alternativa para mantener los lazos entre estudiantes universitarios y secundarios, con el objetivo de que el movimiento estudiantil supere la coyuntura manteniendo su cohesión, aprendiendo de lo que ya quedó atrás y acumulando fuerzas para las luchas que sin duda vendrán más adelante. Se trata entonces, ante todo, de una estrategia de recomposición del tejido social desgastado y empobrecido luego del 2006, con miras a una eventual y pronta rearticulación a gran escala, capaz de dar una pelea que sepa ir más allá de lo que fue cuando se derribó la LOCE.